EL CAMAROTE 58


EL CAMAROTE 58
Libros y Tebeos, Cine y Televisión, Juegos Virtualaes y de Sobremesa...
Ciencia-ficción, Fantasía y Terror, Historia y Misterio...

Y lo que te rondaré, morena...

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Lo cierto es que definir la Semana Negra no es fácil.
Para nadie, supongo, pero todavía es más difícil para un recién llegado, como es mi caso.

No, no malinterpreten ustedes mis palabras, que no se trata de que yo sea un neófito en la agrupación -no registrada- de los organizadores de eventos: ¡llevo cuatro convenciones, organizadas y dirigidas a las espaldas! Tres de ellas Hispacones, con clara vocación multitudinaria, allá en Burjassot. En Valencia.

Por cierto, que en este dos mil diez, otros se han embarcado en una nueva HispaCon en la misma villa. Estoy más que convencido de que todo lo que en su momento hicimos, les servirá de trampolín, y deseo que lleguen mucho más alto.

No obstante, no hay HispaCon que se asemeje, tanto en volumen como en contenidos, a la Semana Negra que he vivido. Estamos hablando de dos cosas, de dos eventos claramente diferentes en ambos sentidos; pero, además, estamos hablando de dos eventos muy diferentes en cuanto a su enfoque.

La Semana Negra es una fiesta de la cultura, una especie de colofón ininterrumpido que, durante casi diez días -estoy contando desde la llegada de los invitados a Gijón, y hasta la clausura al mediodía del domingo- lleva la difusión cultural casi hasta el límite de sus posibilidades.

Sinergia es, sin lugar a dudas, la palabra.

Son tantos, tan variados y tan suculentos los factores que se aúnan para sacar adelante la Semana de Gijón, que podrían pasar desapercibidos para quien no se detenga un instante a observar los detalles.

Destacaría yo, en primer lugar y a vista de pájaro, la sensación de apertura, de absoluta carencia de barreras, que lleva, tanto a los invitados como a la concurrencia doméstica, a sentir que todo aquel montaje es intemporal.
Gijón de tierra y de mar, abrazando la Semana Negra.
Las carpas arracimadas, que forjan y encauzan ideas (los autores y el debate), con el producto final (sus obras en las librerías) y con la vertiente lúdica; dan como resultado eso que Paco Taibo definió, en la entrevista previa que le hice en El Camarote 58, como: «un parque temático», en el que cultura y disfrute iban de la mano sin complejos.
Así nos lo definió en antena, y tal cual lo experimentamos mi esposa y yo sobre el terreno.

En segundo lugar, cabe destacar la variedad, la riqueza de sus contenidos y la extraordinaria posibilidad que nos ofrece a los autores, de compartir y elaborar. Traje mi libreta de notas repleta de instantáneas en forma de textos y dibujos, que podrían configurar una nueva incursión en el País de las Maravillas, mucho más allá de la imaginación de Burton e incluso de la del propio Carroll.
Yo puse la pluma, los lápices, y la Semana Negra el pulso, el latido rítmico. El cauce.

Son tantos los nombres, tantos los géneros, los esquemas, los estilos, las tendencias... que uno acaba por convencerse de que este es el único formato posible. El único razonable, para que el complejo, el delicado proceso de la creación intelectual, se desarrolle plenamente.

En tercer lugar, cito el factor a mi juicio decisivo para que tan descomunal sinergia se desarrolle y florezca: la organización.
Desde el mismo día en que llegamos a Madrid -un día antes por cierto, haciendo gala de mi habitual, reconocido y aclamado despiste-, tuvimos la sensación de que estábamos en buenas manos.

Citaré, por orden de aparición en nuestro particular viaje al País de las Maravillas, a Cristina Macía y al propio Paco Taibo II, resolviendo el quebranto de nuestra adelantada aparición en el hotel Chamartín; también a Marina Taibo, Marisa Cuyás, a Paloma...Me estoy dejando nombres importantes, y pido perdón por ello; pero la razón de tal omisión -involuntaria- tiene que ver con otro matiz relacionado con el factor humano de la organización: están, pero no te das ni cuenta de ello.
Sabes que, en todo momento, la organización tiene la sartén por el mango, pero te mueves con una libertad impropia de un evento de tales dimensiones. Toda esa gente eficiente y maravillosa está ahí; pero sólo eres consciente de su trabajo impecable.
Se trata de una cohorte de amables duendes que te acompañan, te asesoran, te presentan si se tercia; forman parte de un entorno amable, se convierten en tus amigos y disfrutan contigo, sin perder de vista una disciplina espartana sin la cual, sería imposible mantener en funcionamiento tan colosal maquinaria.

Mi incursión en la Semana Negra terminó, lamentablemente, el martes trece -fecha bien significativa en este caso-; pero nada podía desmerecer el estupendo sabor de boca que nos llevábamos.
Deseo saludar desde estas líneas a todos los amigos con los que me he reencontrado, y a las nuevas amistades que estos días mágicos me han regalado.

He abrazado nuevamente a mis queridísimos Joe y Gay Haldeman, a Juanmi Aguilera, a Elia Barceló y a Javi Negrete, a Rafa Marín y Susana Vallejo, a Eduardo Vaquerizo... He descubierto a Steve Redwood y a Sergi Viciana, a David Wellington; he pasado de contemplar a Larry Niven en viejas fotos de contraportada, como quien contempla a Cristo, a cantar en una karaoke con él... He estado de copas con Ian Watson...
Y todo eso en sólo cinco días. Si hubiésemos permanecido hasta el final: ¿habría podido conocer al mismísimo H. G. Wells? Porque, estoy convencido, los organizadores de la Semana Negra saben soslayar las imposiciones del continuo espacio-temporal.

¡Tiembla Einstein, la Semana de Gijón no está sujeta a la dictadura de la Relatividad!

¡La Semana Negra es, decidida y tajantemente, la repanocha!

El año próximo, estaré allí si razones de fuerza mayor -y tienen que ser muy, muy fuertes- no lo impiden. Estaré desde el principio y hasta el final.
Arrimaré el hombro en la medida de mis posibilidades, y me dejaré seducir por una magia que he intentado detallar -torpemente- en estas líneas.
Estaremos allí, mi señora y yo. Manuela y yo.

Porque este brebaje es terriblemente adictivo, de este sortilegio no hay conjuro que te libere... Ni puñetera falta que te hace.

Veintitrés años llevan en danza... ¡Y lo que te rondaré morena!

Hasta el año que viene.

 Andrés Rodrigo
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