Portada de El Invierno del Dibujante, de Paco Roca.
¿Qué decir?
El Invierno del Dibujante, de Paco Roca.
Editado por Astiberri.
Si aún no lo tenéis, id a por él. No sé... Es de Paco y Paco está como... ¿bendecido? ¿Iluminado?
Suena fuerte, ya lo sé; pero es lo que hay. Compruébenlo ustedes mismos. Una vez más.
Paco tiene un lápiz mágico con el que, hace ya tiempo, traza sentimientos sobre el papel.
El Invierno del Dibujante, es la historia del ansia de volar, de la tiranía de la gravedad, que no gusta de ícaros. El Invierno del Dibujante cuenta la historia de las cosas que no son exactamente lo que debieran, ni siquiera lo que parecen, y cuenta, a la postre, como tras la caída queda siempre -loados sean los dioses- una estela inquebrantable que marca el camino.
Aquellos hombres, aquellos nombres, son una parte fundamental de nosotros mismos; de todos aquellos que amamos el arte del tebeo y podemos mirar atrás, para ver nuestra trayectoria vital enmarcada en viñetas y nuestros sueños -cumplidos o por cumplir- en el interior de bocadillos que las sobrevuelan.
El Invierno del Dibujante... Ya digo, de Paco Roca.
Astiberri, como de costumbre. Un poco de historia, despegues, vuelos y caídas... El dulce y el amargo, no son sino las dos caras de una misma moneda.
Paco agita su vari... su lápiz sobre el papel y aquellos hechos se plasman, con línea clara, en nuestro interior. Tal vez no fue exactamente así; pero, ¿qué más da? Bien pudo serlo... Bien pudo serlo.
Cuando acaben de leerlo, pónganlo cuidadosamente junto a El Faro, Las Calles de Arena, Arrugas...
Y dejen sitio en la estantería, porque, ya saben, la cosa no ha hecho más que empezar.
Portada de Cifré para el primer número de Tiovivo, allá por el verano de 1957.
No suelo mirar las solapas de los libros que leo. Es más, las solapas me importan un bledo.
Verán ustedes, cuando conozco personalmente al autor, que suele ser muy a menudo -puede parecer inmodestia; pero no lo es-, no necesito que me cuenten nada de él, si no sumergirme en la lectura y poner sus dotes, una vez más, a prueba. En caso contrario, cuando se trata de un desconocido, no necesito que me introduzcan un éxito o un fracaso -en el momento de abrir el libro todo está por ver-, con paparruchas sobre lo que ha hecho o dejado de hacer.
También está el caso intermedio -el que nos ocupa-, de un autor que conozco por trabajos anteriores; pero no personalmente. Es una posibilidad cómoda, porque me ofrece una referencia como punto de partida, sin los nexos emocionales que te unen con aquellos autores que, además, son amigos.
De cualquier modo, insisto en ello, nunca leo las solapas y en todos los casos: amigos, conocidos y perfectos desconocidos; los autores tienen que revalidar sus posibles méritos.
Necróparis es la última y primera novela de Fernando Cámara.
Y es un absoluto disparate.
He de contravenir lo indicado por la Real Academia Española de la Lengua y lo establecido por los usos y costumbres de los hablantes, para defender un enfoque alternativo del término «disparate», porque el disparate de Fernando Cámara es una de las más apasionantes, delirantes e inteligentes obras, novela de lomo enjuto -ciento sesenta y pico páginas de contenido-, que han pasado por mis manos en los últimos años y, créanme, por mis manos pasan al cabo del año un número indecente de novelas.
El disparate de Cámara se engendra en un planteamiento absolutamente bajo control, doméstico y domesticado diría yo, con el que todos podemos identificarnos; y desemboca en un delirio tormentoso de experiencias irracionales, protagonizadas por un París de pesadilla. El París que fue, el que es, todos los que pueden ser o no ser en un Universo dominado por la Mecánica Cuántica y el Principio de Incertidumbre... El París de los folletos publicitarios y el de L'homme sans Visage... Todo ese peso específico, más un abanico de pesadillas relacionadas con el conflicto, con el trauma ancestral del viaje, la pérdida de lo cotidiano, la lejanía turbadora de los rostros y los decorados conocidos... Todo eso se desploma sobre una pareja que viaja a París, para dejar de ser padres y jugar a ser otra vez novios durante unos días.
Insisto: un inquietante disparate, un magnífico ejercicio sobre el alambre, sin red.
Las tinieblas espesas, dispuestas a tomar una u otra forma aterradora, las sombras que sólo aparecen cuando nos miramos al espejo, deslizándose a nuestras espaldas, sobresaltándonos sin saber porqué... o sabiéndolo; todos esos espectros necrófagos deambulan por las páginas de Necróparis o hacen el don tancredo, como maniquíes, para saltar sobre nuestros pescuezos al primer descuido.
Es, sin lugar a dudas, una obra que hay que leer. De modo que rasquense una miaja el bolsillo e intérnense en el París devastador de Fernando Cámara, de la mano de la editorial NGC Ficción, porque es, sin lugar a dudas -insisto en ello- una propuesta editorial inquietantemente atractiva.
Ah, y por cierto, después échenle un vistazo a la solapa del libro, para conocer un poco mejor a Fernando Cámara.
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Juro por las pezuñas de Pan que en la página 27 -y el libro tiene 156- ya tenía claro que les había ocurrido a los protagonistas.
Dicho esto así, descerrajándolo en las narices de todos ustedes, a quemarropa, puede parecer el comienzo de una crítica demoledora; pero, verán, es que se trata de un libro de mi amigo Pedro (Domingo Santos) y, en manos de Pedro, una pluma es una varita mágica.
El Extraño Lugar es, sin lugar a dudas, la novela más inquietante, angustiosa y reflexiva que he leído en ¿los últimos tres o cuatro años?
Los protagonistas y su deriva vital, los secundarios y los decorados, están magistralmente dispuestos para apresar al lector en una maquiavélica trampa onírica. Llega un momento en que quieres escapar, como el señor Herralde; pero, precisamente como el señor Herralde, una fuerza desconocida te arrastra hacia el interior de la pesadilla.
He leído por ahí alguna que otra reseña en la que se establecen paralelismos entre esta obra y las de ciertos autores, especializados en el género de terror, y he de decirles que no es cierto. Domingo Santos se parece concretamente a sí mismo. Ha perfeccionado un estilo de ficción que se centra en la introspección, en desmenuzar críticamente el ser y el proceder: El Extraño Lugar es un nuevo, un sobrecogedor paso en esa dirección.
Le propongo un sencillo ejercicio mental.
Usted está en el mejor de los sueños cuando, repentinamente, las tinieblas le rodean. Queda preso en un círculo iluminado con una luz líquida que confiere a todo una apariencia fantasmal.
El tiempo se detiene o pierde todo su poder.
Dentro del aquel escenario blanco lechoso, se desencadena un drama protagonizado por sus seres queridos. Usted siente que éstos se desvanecen, se desdibujan, caen en poder de las tinieblas que estrechan el círculo sin que pueda hacer nada para evitarlo. Les tiende la mano desde el centro de la reducida zona iluminada, pero no pueden escucharle, o le escuchan, le miran incluso, con una languida resignación... hasta que la oscuridad les engulle.
Le rodea -a usted, dentro de la pesadilla- un decorado en apariencia ajeno al drama, pero íntimamente ligado con su misma esencia. Todo parece tan real, tan sólido, como listo para desvanecerse a la primera de cambio.
Hay diversas modalidades de esta pesadilla, todas ellas terribles... El nexo de unión, el denominador común de todas ellas, es un sentimiento de culpabilidad que deambula por nuestro subconsciente susurrándonos, incesantemente, que no sabemos apreciar lo que tenemos hasta que lo perdemos; que la soberbia, la suficiencia desmedida puede poner en juego todo cuanto, en el fondo, nos importa realmente. Todo cuanto nos mantiene vivos... cuerdos.
Domingo Santos juega con el lector desde esa tierra de nadie en la que todo es posible, desde esa franja indeterminada más allá de la cual no hay retorno, y nos hace sentir angustia -soportable como ficción y muy recomendable como cura en salud- por todo aquello que podemos llegar a perder si nos obstinamos en no apreciar lo cotidiano, si caemos en el error de creer que hay ciertas cosas que nadie puede arrebatarnos.
Cuando cerré la novela, con un escalofrío recorriéndome todavía la espalda, salí del estudio y busqué a mi señora. La abracé y, mientras la miraba con ojos nuevos y ella sonreía pensando que se me había ido la chaveta, me hice la firme promesa de no escatimar jamás un Te Quiero... y no permitir que la arrogancia detenga fatalmente el tiempo.
Pedro, el Maestro Domingo Santos, está ahí precisamente para eso: para no dejar jamás de sorprendernos.
La editorial Grupo AJEC se apunta otro acierto con la publicación de esta joya.
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¡Zombis!
Muertos vivientes, momias putrefactas que andan torpemente, a trompicones. Ávidos de carne fresca (o congelada, pero, eso sí: en cantidad), con los brazos extendidos, emitiendo sonidos incoherentes, gorgoteos de una perpétua agonía... Apestando a carne podrida y con el cerebro reducido al tamaño de un pistacho (es decir, no muy diferentes, en este aspecto, de los no-zombis).
Bestial.
¡Zombis!
Infectados, poseídos por una saña asesina. Corren detrás de tí que se las pelan, dejando a su paso un chorro de baba espesa. Sueltan unos gañidos que te hielan la sangre en las venas. Un virus les ha dejado los órganos internos como pimientos morrones. Pretenden matar a todo aquel que se cruza en su camino, y pueden ser endemoniadamente astutos, los muy jodidos.
Terrible.
¡Zombis!
Clones genéticamente escoñados para convertirlos en correosos guerreros. Les ha salido el tiro por la culata a los cantamañanas de turno, y ahora el ganado está suelto por las calles, destrozando con sus propias garras a todo hijo de vecino; a diestro y siniestro, enemigos y amiguetes. Corran o vayan saltando a la pata coja, son inexorables y difíciles de matar. Comen lo que pillan y sin hacerle ascos, que para eso son boinas verdes.
Acojonante.
¡Zombis!
Apelotonados como ovejas ante las puertas acristaladas de un centro comercial. Víctimas de un conjuro temible, escrito en las citadas puertas con grandes letras de colores chillones: ¡Rebajas!.
Caminan con los brazos extendidos y moviendo los dedos -retorcidos como sarmientos- en dirección a sus presas, indefensas camisas, zapatillas con cabeza de perro, fajas de titanio, chalecos de colores insufribles... Ojos fuera de las órbitas y miradas asesinas a cuanto les rodea, incluídos los demás zombis. Alaridos, pequeños grupos que se arremolinan en torno a una víctima propiciatoria, enzarzándose en grescas perrunas.
Terrorífico... ¡Apocalíptico, oigan!
En fin, que el programa de hoy va, fue, irá de zombis. Échenle una oreja y pásenlo bien con nosotros. Repasamos títulos y autores, en una primera aproximación a este fenomenal fenómeno, aunque durante las próximas jornadas se iran sucediendo -atentos al blog- las charlas con amigos escritores, editores y reconocidos «zombílogos».
Por nuestra parte, cabe destacar la inquietante sensación de que -bromas aparte- en muchas ocasiones, los humanos nos comportamos como los monstruos de nuestras pesadillas.
Es, el de hoy, un programa de tono ligero; pero, como podrán ustedes comprobar, medio en broma, medio en serio, hemos abordado muchos aspectos de este ¿movimiento? ¿sub-género? literario.
Hemos de agradecer el apoyo de la EDITORIAL DOLMEN y, más concretamente de su director, Vicente García; del director editorial, Sandro Mena y del responsable de la Línea Z, Álvaro Fuentes.
Están llevando a cabo una tarea impresionante con la Línea Z, tanto en libros como en tebeos, y los títulos son, sin excepciones, muy interesantes.
Así que, comprueben los alrededores para que no les sorprendan los zombis (muertos vivientes, caminantes, infectados...), pasen y aseguren el pisito, registrando hasta la última habitación. Refuercen puertas y ventanas, amontonado muebles, apuntalándolas con palos de escoba... Acomódense en la estancia mejor defendible, denle caña al Internet y, con el volumen bajito -a los zombis les atrae el ruido-, dispónganse a disfrutar con sus amigos de El Camarote 58.